Sin lugar a dudas, el populismo es destructivo y autodestructivo; ¿por qué? porque suele alimentarse de mentiras, de narraciones “espectaculares; sobre todo, de historias que otorgan popularidad, pero carentes de sustancia.
Ser popular, no es igual a ser buen gobernante.
Ser popular, no es igual a ser buen político.
Ser popular, no es igual a garantizar el bienestar de las personas.
Ser popular, puede llegar a ser “transformador”, pero suele ser una transformación de discurso, más que de acciones verdaderas.
El problema del populismo como estilo para gobernar, es que el político decide buscar índices elevados de popularidad y se autoengaña embriagado de egolatría.
México tiene ejemplos muy claros de políticos populistas, que son un peligro para los regímenes democráticos, porque el populismo es, en sí, una degeneración de la democracia. La demagogia es la degeneración de la democracia y la demagogia se logra cuando el político tuerce las ideas y los conceptos, con el objetivo de engañar y hacerse popular.
Es fácil entender lo que es el populismo. Mario Vargas Llosa dice que, es la política irresponsable y demagógica, de unos gobernantes que no vacilan en sacrificar el futuro de una sociedad por un presente efímero.
De ahí que el populista, busca ser reconocido rápidamente y para ello, comunica cualquier tipo de acción que le garantice aplausos y confetis. Pero los aplausos rápidos tienen un severo problema: son neblina, porque cada acción cantada de manera propagandística –para lograr popularidad-, eleva cada día más la exigencia de la población, por lo tanto, el populista deberá ir narrando historias cada vez más “increíbles” para no disminuir los aplausos y confetis.
El populista, suele tener un discurso que atrapa y encanta a las personas. Es un discurso que apela a los instintos más acendrados en los seres humanos, el espíritu tribal (los humanos nos movemos en tribus), la desconfianza y el miedo al otro, al que es de raza, lengua o religión distintas, la xenofobia, el patrioterismo, la ignorancia.
De aquí, que sea fácil reconocer a un populista, porque además muestra una gran diferencia con el político o con el gobernante profesional, sólido, “de cepa”: El político o gobernante de casta, suele accionar y después comunicar; lo hace con estrategia, de manera racional y deja de lado las vísceras o las arengas emocionales.
Un ejemplo de esto es, el discurso del Presidente López Obrador, que está pensado para tocar esas fibras sensibles en la mente y en el corazón de buena parte de los mexicanos.
Pero si lo analizan bien, el discurso presidencial está lleno de “frasecillas domingueras”, que arrancan aplausos, pero no sirven de nada, porque está cimentado en la exageración, en las mentiras, en las verdades a medias o en “vender” acciones extraordinarias; López Obrador “quiere vender”, lo que por ley tiene que hacer.
Hay que reconocer que el populismo sí es un peligro para la democracia, pero lo es también para el gobernante en sí, quien suele “arrancar” bien su periodo de gobierno, pero su discurso se desgasta demasiado pronto, y esto genera un peligro más: cuando un populista encuentra desgastado su discurso, se enfila hacia la autocracia y puede terminar en la dictadura, buscando a toda costa retener el poder.
En Michoacán hay políticos y gobernantes así, populistas, pero su discurso público los desnuda, exhibiendo su pobreza como políticos o gobernantes.
Por cierto, ¿ya vieron? En Michoacán, ¡el Rey va desnudo!
* El autor es consultor, tiene estudios de doctorado en Política, de maestría en Comunicación, de maestría en Neuromarketing, de maestría en Ciencia Política y de licenciatura en Derecho.
WhatsApp: 443 3181742