“Actuaré sin odios, no le haré mal a nadie, respetaré las libertades, apostaré siempre a la reconciliación y buscaré que entre todos y por el camino de la concordia, logremos la Cuarta Transformación de la vida pública de México”.
“Mi postura al respecto la definí con toda claridad desde la campaña. Dije que no es mi fuerte la venganza, y que, si bien no olvido, sí soy partidario del perdón y la indulgencia”.
“Propongo al pueblo de México que pongamos un punto final a esta horrible historia (neoliberalismo) y mejor empecemos de nuevo, en otras palabras, que no haya persecución a los funcionarios del pasado, y que las autoridades encargadas desahoguen en absoluta libertad.
“Que se castigue a los que resulten responsables, pero que la Presidencia se abstenga de solicitar investigaciones en contra de los que han ocupado cargos públicos o se hayan dedicado a hacer negocios al amparo del poder durante el período neoliberal”.
Representaré a ricos y pobres, creyentes y libres pensadores, y a todas las mexicanas y mexicanos, al margen de ideologías, orientación sexual, cultura, idioma, lugar de origen, nivel educativo, o posición socioeconómica. Habrá un auténtico Estado de derecho, tal como lo resume la frase de nuestros liberales del siglo XIX, al margen de la ley nada y por encima de la ley nadie”.
“También transitaremos hacia una verdadera democracia, se acabará la vergonzosa tradición de fraudes electorales. Las elecciones serán limpias y libres y quien utilice recursos públicos o privados para comprar votos y traficar con la pobreza de la gente o el que utilice el presupuesto para favorecer a candidatos o partidos, irá a la cárcel sin derecho a fianza”.
“Dejo en claro que si mis seres queridos, mi esposa o mis hijos, cometen un delito, deberán ser juzgados como cualquier otro ciudadano. Solo respondo por mi hijo Jesús, por ser menor de edad”.
No resulta ocioso retomar algunos de los compromisos asumidos por López Obrador en su discurso del 1 de diciembre de 2018 ante el Congreso de la Unión y donde juró cumplir y hacer cumplir la Constitución, porque nos da una idea de su asombrosa transformación, no del país que vendió en campaña, con seguridad, servicios médicos como en Dinamarca; con empleo y economía pujante; sin corrupción.
“Puede parecer pretencioso o exagerado, pero hoy no solo inicia un nuevo gobierno, hoy comienza un cambio de régimen político”. Nada más cierto. En casi cuatro años hemos tenido que digerir conceptos nuevos y hasta entonces, ajenos: populismo, autoritarismo democrático y militarismo.
Retomando a diversos estudiosos, Curco (2021) integra un decálogo que bien puede definir al populista López Obrador y su Morena:
-Anti-pluralista (los populistas toman parte del todo, porque que ellos y sólo ellos, representan al pueblo).
-Se apropia el monopolio de la representación (no reconoce ninguna oposición como legítima)
-Niega legitimidad a los adversarios políticos tildándolos de enemigos o criminales.
-Mantiene un compromiso débil o rechaza en alguna medida las reglas democráticas.
-Tolera o fomenta la violencia.
-Restringe libertades civiles (en particular la libertad de expresión).
-Emprende captura institucional (especialmente de los árbitros institucionales) y una vez en el gobierno constitucionaliza normas dirigidas a perpetuar su autoridad.
-Fomenta conflicto y polarización.
-Critica a las élites y las rechaza por considerarlas corruptas o moralmente inferiores.
-Tiende a debilitar la fortaleza de la sociedad civil y a eliminar la mediación política (partidos y medios) con la finalidad de sustituirlas por formas de participación política directa.
No hay marcadas diferencias con el autoritarismo democrático: López Obrador ganó la Presidencia a lo derecho. Nadie lo niega. Pero cree que solo él puede hablar por el “pueblo” y se ha aprovechado de su autoridad ejecutiva para maximizar su propio poder.
Leyendo a Curco, doctor en Teoría Política por la Universidad de Barcelona y especialista en pensamiento político contemporáneo, me acordé de esa publicitada serie sobre el “Populismo en América Latina”, producida intencionalmente para alertarnos sobre qué era realmente López Obrador.
Era abril de 2018 y las campañas presidenciales a todo lo que daban. Como tenía que ser, el entonces candidato de “Junto Haremos Historia” presionó a Peña Nieto para que la serie y particularmente el capítulo dedicado a él, no encontrara canal de difusión.
El “Peje” atribuyó a Carlos Salinas, Claudio X. González y al banquero Roberto Hernández, la producción independiente y nunca se trasmitió.
No se si la serie pudo haber cambiado el sentido del voto, pero la cobardía de Peña y las televisoras nos negaron el derecho de aproximación al nuevo régimen político por implantarse…
***
El caso que hay un elemento que esta fuera de control del Presidente y que le cuesta mucho trabajo aceptar: con todo y que se afane todas las mañanas en desacreditar y deslegitimar a la oposición política y la mediación social, fue el “otro pueblo” y sus votos, el que le frenó en el 2021, la mayoría constitucional para sus reformas monopolistas en energía eléctrica, democracia y militarización.
Por eso gobierna a decretazos y reality show.
Hay razón fundada de preocupación respecto al primer mayor asalto a la Constitución -el segundo será el electoral-, con el decreto para incorporar como tercera arma de la Sedena -las otras dos: Ejército y Fuerza Aérea Mexicana-, a la Guardia Nacional.
“Ya la cuestión operativa está a cargo de la Secretaría de la Defensa, pero voy a emitir un acuerdo para que, ya por completo, la Guardia Nacional dependa de la Secretaría de la Defensa y esperamos nada más el resultado de la reforma. Pero ya quiero que sea la Secretaría de la Defensa la que se haga cargo”, dijo el Presidente la mañana del lunes 8.
Mi hipótesis: con todo lo construido mediáticamente en torno a la oposición, sus debilidades y escándalos, AMLO sabe que puede perder en 2024 y construyó entonces el plan B, la militarización de México.
Este régimen se instaura cuando las fuerzas armadas, como institución que posee las armas, ejerce influencia en la conducción política de un país. Los militares son, en efecto, una parte importante de la estructura de poder de un Estado, y debido a su disciplina, organización, respeto por los sistemas jerárquicos y espíritu de cuerpo, son una organización influyente.
El militarismo, como ideología, considera que los militares, debido a su disciplina, son los elementos más preparados para asumir la conducción eficiente de una sociedad y garantizar la seguridad de la nación. Pero también suele presentarse en forma de afán por el poder político y por los privilegios que este trae consigo. Además, por lo general, acaba por imponer principios de la vida militar a la vida civil, en contextos en que resultan inadecuados o amenazan seriamente las libertades civiles fundamentales.
López Portillo y Storr (2021) nos acercan a definición más clara de lo que consideran el gobierno militarista de AMLO:
“Es aquel que celebra las cualidades superiores de las instituciones castrenses y las coloca por encima de las instituciones civiles. Aunque el militarismo y el discurso de guerra no figuraban durante su campaña electoral —todo lo contrario— como Presidente, López Obrador ha integrado a las fuerzas armadas a su discurso. El “pueblo uniformado” e “incorruptible” en servicio a un proyecto de Estado definido por obras de construcción emblemáticas, explotación de los recursos naturales y una retracción de las instituciones civiles, a favor de la redistribución directa de los ingresos tributarios, en varios casos a cargo de las fuerzas armadas”.
Y revisando estos conceptos, que me acuerdo de todo este escándalo mediático que montó el gobierno de Bedolla en torno a la construcción de los cuarteles en Michoacán durante la gestión de Silvano Aureoles; de las dudas de la lideresa morenista Ana Lilia Guillén, respecto al armado del caso contra el ex mandatario; y la visita del propio Alfredo Ramírez al fiscal Alejandro Gertz, el 26 de julio, “para dar seguimiento al presunto desvío de recursos”.
Gertz Manero esta enterado y tiene el expediente sobre el grupo criminal que le dio la “ayudadita” a Bedolla para llegar a la gubernatura, y lo más interesante: ¿cómo deslindar a los militares de ese gasto excesivo en instalaciones de super lujo, con helipuerto, vidrios blindados y camas King Size, para altos mandos y que pasarán por decretazo, bajo el control de la Sedena?
Hay que ser deveras muy guaje, para no ver que los cuarteles se construyeron a gusto de los generales. O ¿qué? ¿para quiénes son? ¿a poco no notaron, ni anotaron, cuarteles de super lujo? En todo caso, los militares ya se hacen cargo de todo…
Bibliografía
Curco Cobos, Felipe (2021) “Populismo, hegemonía y autoritarismo democrático”. Andamios Vol. 18 No. 46, Ciudad de México may/ago 2021 Epub 17-Ene-2022. Disponible: https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-00632021000200047
López Portillo E. y Storr Samuel (2021) “De la militarización al militarismo, ¿ciclo incontenible?”. Blog: Este País. México. Disponible: https://estepais.com/home-slider/de-la-militarizacion-al-militarismo-ciclo-incontenible/